Los estudios Pixar siguen sorprendiendo. Con Wall-E redoblan la apuesta: Una peli de animación, cuyo protagonista es un robot que prácticamente no habla. Los primeros cuarenta minutos son una delicia de la cinematográfía, de estilo chaplinesco. A falta de diálogos, un denso mapa sonoro acompaña al protagonista y deleita al espectador. Un gran personaje dramático, a pesar de su simpleza, y un bello romanticismo, ingenuo y dulce, como el de los niños de jardín infantes cuando se enamoran.
La historia: El ser humano ha abandonado la tierra, repleta de chatarra, y aparentemente sin vida. Wall-E parece ser el último de una serie de Robots compactadores de basura, que durante años sigue realizando su trabajo metódicamente, mientras disfruta de algunos souvenirs humanos que encuentra por ahí, y comparte sus días con la sóla compañía de una cucaracha que le sirve de mascota. Hasta que un día llega Eva, una robot mucho más sofisticada, y Wall-E pierde la cabeza por ella. De ahí en más se suceden las aventuras, y el destino del protagonista queda unido al de su amada. De lo mejor que se estrenó este año, indudablemente.
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