
Y el resultado seguía siendo impar. Rulo hacía la cuenta una y otra vez, usaba los dedos de sus manos, de sus pies, los cuadraditos del mantel, pero siempre llegaba a ese bendito impar. Pensó nervioso en recurrir al método de agrupar decenas de fosforitos unidos por una gomita, pero de sólo pensarlo se sentía aún mas tonto. Había dejado los fósforos en primer grado. Ya tenía ocho, estaba en 3° A, no quería usar un sistema tan infantil. La frase de la maestra Claudia, estaba grabada en su cabecita: "La suma de dos números pares, siempre da un número par". Pero él estaba frente al 6 y el 8, y el resultado le daba 13. Esa cifra cargada de significados esotéricos, esquivada por aviones, por deportistas, una habitación de hotel salteada, un día para no casarse ni embarcarse, etc.. Si lo pensamos desde esa óptica, la distancia entre el 12 y el 14, era demasiado corta, o era una abismo de fatalidades. Empezó entonces a sentir Rulo el verdadero significado de un número, la abstracción matemática en su mas fina pureza. Sentía sus células agitarse en la excitación de su descubrimiento, y doblando el horizonte de la realidad mundana, se sumergió en el espacio paralelo de su inventativa. Qué hizo? En un extasis creativo, obtuvo SU resultado correcto: 8 + 6 es igual a 13.